La teoría de la separación de poderes, propuesta por el filósofo francés Montesquieu en el siglo XVIII en su obra El espíritu de las leyes, sostiene que es fundamental que los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial se mantengan independientes entre sí. Esta separación tiene como objetivo evitar la concentración del poder en una sola institución y garantizar un sistema de controles y equilibrios que preserve la libertad y el orden democrático.
Aunque los poderes del Estado están constitucionalmente separados, es indispensable que exista colaboración y diálogo entre la Asamblea Legislativa (Poder Legislativo) y el Ejecutivo (Poder Ejecutivo), con el fin de avanzar en la agenda legislativa y facilitar la implementación de políticas públicas eficaces.
Los mecanismos de control y equilibrio entre los poderes resultan esenciales para prevenir abusos y asegurar que cada uno cumpla su función sin invadir las competencias de los demás. La existencia de estos contrapesos no implica confrontación, sino un sistema diseñado para fomentar la responsabilidad, la transparencia y el respeto institucional.
El mantenimiento de relaciones conflictivas y tensas entre la Asamblea y el Ejecutivo rara vez constituye una estrategia eficaz en el largo plazo dentro de un sistema democrático. La cooperación y la comunicación entre ambos poderes son fundamentales para el buen funcionamiento del Estado y para la aprobación de leyes que respondan a las necesidades de la sociedad.
Cuando predominan los desacuerdos, los conflictos y el bloqueo institucional, se genera un clima de inestabilidad política que puede obstaculizar el desarrollo nacional, dificultar la toma de decisiones y perjudicar gravemente a la ciudadanía.
Por tanto, en lugar de perpetuar el enfrentamiento, resulta más recomendable que la Asamblea y el Ejecutivo fomenten el diálogo, busquen consensos y trabajen conjuntamente, incluso con sus opositores, en aras del bienestar común. La negociación, el respeto mutuo y la disposición a escuchar diferentes posturas son herramientas mucho más efectivas para alcanzar acuerdos y avanzar hacia objetivos compartidos.
En resumen, si bien la independencia de los poderes es un pilar esencial del sistema democrático, la cooperación institucional y el respeto recíproco entre el Legislativo y el Ejecutivo son claves para garantizar la estabilidad política y el progreso social. Como lo intuyó Montesquieu, es necesario que quien lidera un país no sea ingenuo: debe comprender que la mayoría de los hombres son capaces, más bien, de grandes acciones que de buenas acciones.
Por Mgs Fabricio Betancourt
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